Erase una vez la competición culturista
Los culturistas y la competición
Nosotros partimos de la base de que no somos un deporte “normal”, no tenemos un metro o un reloj, un tanteador que nos muestre objetivamente un producto de nuestro rendimiento encaminado hacia una meta definida. No tenemos además, un entrenamiento dirigido a realizar en competición lo que finalmente desarrollamos en la misma competición es decir, no posamos todos los días 1 hora durante un año para luego hacer lo mismo ante los jueces, levantamos pesas y finalmente, competimos con un formato que no tiene nada que ver con ese entrenamiento con cargas.
Por supuesto, esto no tiene nada que ver con el hecho de que seamos deporte. Que lo somos y por supuesto mucho más claro que algunos “otros” que entran y salen según las modas. Aún así hemos de reconocer que somos un deporte, como mínimo, característico. Ningún otro se nos parece, ni Halterofilia, ni Powerlifting, (a pesar de usar barras y discos), ni ningún deporte de grupo (lógicamente), ni la gimnasia que, sin embargo, es lo más parecido a nuestra especialidad, dado que tiene una metodología parecida (jueces y un desarrollo individual).
Casi nos parecemos más en la mecánica a una competición de Miss de belleza que a cualquier deporte, por si no sabéis el dato os diré que precisamente estos eventos nacen de competiciones de culturismo de los años 40 y 50; se elegía a la vez, al hombre más “perfecto” y a la mujer más “perfecta”, con parámetros totalmente opuestos (fuerza y desarrollo contra belleza corporal), de ahí que el nombre del concurso femenino más importante, Ms Universo, sea precisamente el mismo que la primera gran competición de culturismo, el Mr Universo de Londres (1938).
Dejemos al margen esta nota histórica, casi anécdota, y entremos en el debate propio de nuestro deporte, el fisicoculturismo; no hay que obviar una serie de hechos de los que hay que partir para que a través de la historia tengamos claro el deporte.
Los primeros vestigios de una actividad culturista se remontan (de manera histórica) a Grecia, y no solo por las imágenes que tenemos todos de las estatuas que han llegado hasta nosotros, si no por el hecho de que al campeón de los juegos Olímpicos se le tenía como el ídolo a seguir físicamente, con representaciones de grandes musculaturas. Además la existencia de Academias, dedicada a cultivar el físico de una persona no solo para mejorar como guerrero o deportista, si no por la búsqueda de la belleza corporal. Símbolo evidente de actividad “culturista” tal y como hoy la conocemos.
Si nuestro deporte se basa en perseguir un desarrollo “bello” del físico, tenemos claro que los hechos que muestran esta búsqueda no son acciones como correr más, más rápido, saltar o meter un balón en una portería; se trata de la figura humana, de la admiración que despierta un físico bien desarrollado, simétrico, proporcionado y con un atractivo a la hora de verlo. Y para admirar o estudiar esa figura humana tenemos dos posibilidades, hacerlo en movimiento y en una imagen estática, si os fijáis bien, las dos partes en las que se divide una final en una competición culturista; las poses obligatorias y la rutina de poses libre.
Por lo tanto tenemos encauzado el por qué de que el culturismo se compita de una manera tan “rara”. Nosotros establecemos que, para dilucidar el mejor desarrollo, hemos de optar por comparar físicos entre otros y además, consigo mismo. Es decir, tener en cuenta la graduación de cada cualidad física (tamaño, simetría/proporción, definición y estética) a la hora de comparar un físico a otro. Por supuesto no tenemos más remedio que hacerlo desde el punto de vista de unas personas, como únicos jueces o procesos válidos para establecer una clasificación. Hemos dejado claro que los métodos o parámetros objetivos no son válidos en nuestro deporte, puesto que elegimos un desarrollo físico de entre una serie que nunca serán iguales, dado que la diversidad de las imágenes que nos ofrecen pueden tener cientos de variantes nunca mensurables por un ordenador, un metro o una cámara. Esto es claro, y por tanto, la única solución válida es que un grupo de personas que tengan unas directrices claras y concisas a la hora de escoger un físico, a través de un procedimiento estándar bien claro y establecido, elijan el físico ganador, merced a un criterio fijo y sencillo.
Esto, que parece tan fácil y tan claro, la mayor parte de las veces ha sido lo más complicado de solucionar a la hora de sacar adelante una competición culturista. Desde la primera que se tiene memoria, la que Sandow organizó en 1901 con el nombre de «la Gran Competición» en el Albert Hall de la capital inglesa, ya se ve este conflicto, entre sus jueces había personas de todo el espectro de la sociedad inglesa decimonónica. Entre ellos cabe destacar a Sir Arthur Connan Doyle, escritor de la saga de Sherlock Holmes. Miembros de la intelectualidad y de la sociedad inglesa que nos da una idea de lo que en ese momento podría pensarse que era lo que se buscaba. Una notable indefinición era el único dato claro.
En la otra vertiente atlántica también comenzaron pronto las citas competitivas se tiene constancia de una competición que imitaba esta primera con el nombre de “El hombre más perfectamente desarrollado del mundo” celebrada en el Madison Square Garden neoyorkino en el que un español estuvo presente Secundino Acha (1870-1918), el que puede por lo tanto pasar a la historia como el primer culturista español en competiciones internacionales.
Durante el resto del primer cuarto del siglo XX, las competiciones culturistas fueron escasas y desde luego con un extraño calado social entre el jurado que asistía a ellos, siendo lo más normal elegir a aquel individuo que más peso levantara, si el concurso tenía a su vez una parte de levantamiento de peso. Esto llego a ser la base de los primeros parámetros del físico del culturista, es decir, un desarrollo que emanara fuerza a pesar de no tener una definición o una proporción adecuada (John Grimek).
A mediados de los cincuenta el modelo físico pareció tomar un derrotero más apartado del powerlifting o de la halterofilia, con la elección de modelos como Steve Reeves o Reg Park como grandes triunfadores de la época. Los jurados tenían más en cuenta ya otras perspectivas, más propias del culturista de hoy en día, a pesar de que culturistas como el mismo Vince Gironda eran “penalizados” por tener una definición excesiva. Cosa que hoy podría sonarnos a broma si comparásemos las definiciones de entonces con las de hoy en día.
Para darnos una idea de la diversidad y la falta de unificación de criterios, solo señalar que la competición más arraigada de Francia, cuna del culturismo europeo, a mediados del S XX; tiene como nombre “Le plus belle atlete masculine”, lo que nos puede dar idea de por donde se dirigían las preferencias y del entramado y falta de unidad en la búsqueda de criterios a la hora de escoger el modelo a seguir.
Por aquel entonces los jueces eran casi todos antiguos culturistas o dueños de gimnasios, dándole algo más de unidad, a pesar de que no se tenían claros los parámetros a elegir y la diversidad en las clasificaciones hacía perder credibilidad a los criterios usados. La AAU era la federación más potente en América y NABBA lo era aún más en Europa, IFBB acababa de nacer en 1946. Pero la actividad competitiva tenía ya claras su metodología básica de trabajo, había nacido el culturismo como deporte de competición.
Autor: José María García García