La motivación de un principiante

Aún recuerdo cómo, cada vez que iba al gimnasio, se iniciaba una liturgia mágica que me hacía realidad todos los sueños que había tenido cada vez que pasaba por delante de uno de los dos únicos gimnasios de mi ciudad, cuando era solo un niño..

Recuerdo como hoy mismo, cuando pasaba por delante de los dos gimnasios sentado en la parte trasera del coche de mi padre, contaría yo con 10 o 11 añitos, pero sabía de la existencia de culturistas, alguna que otra imagen en televisión, alguna revista en un quiosco perdido por alguna de mis caminatas de chiquillo…

Todavía hoy me acuerdo como aprovechaba hasta la más mínima fracción de segundo en el que el coche pasaba por delante de la puerta echando un ojo dentro para ver qué y quienes estaban ahí dentro. En las raras ocasiones pasábamos delante de la puerta pero recuerdo perfectamente la imagen de un culturista haciendo curl con barra que hasta hoy me dejó alucinado.

Pero todo era vago hasta que vi a Pedro «el pescadero», el primer culturista con todas las letras que vi en mi vida en persona real. Una montaña de músculos que a esa edad me hacía preguntarme cómo alguien podía tener ese aspecto físico, simplemente me dejaba sin habla. Paseaba por aquel entonces, para ir al gimnasio Ricardo desde el mismo barrio por donde yo vivía, y atravesaba quien sabe por qué designios del destino, por delante del colegio en el que yo salía a las cinco y medía de la tarde. Con barbas, moreno y con una camiseta que se le pegaba como una media a una pierna, dejando ver los brazos que sujetaban una arcaica bolsa de deporte de Moscú 1980. Unos enromes brazos que dejaban caer en su parte anterior esas venas gigántescas por los biceps y antebrazos tan grandes que parecían el trazado de una alimaña por un suelo arenoso. Todos mis sentidos se paralizaban para detenerme en la observación de su físico. Esa imagen de fuerza, potencia y a la vez belleza que me dejaba absorto hasta que torcía la esquina de la calle.

Esa imagen me ha dado vueltas en la cabeza hasta conseguir que mi mente fantaseara con la posibilidad de que yo también tuviera algún día esos brazos. Pedro, por supuesto, ignoraba toda esa atención que yo depositaba en él.

Con el tiempo llegué a conocerlo, un tipo fuerte incluso 25 años después de aquella imagen. Un día, mi gimnasio era ya conocido por toda mi ciudad, entrando en el coche para ir a abrirlo, sientó como una voz me llamaba para captar mi atención. Me volví y era Pedro que estaba trabajando de albañil, reparando una calle, se acercó a mi y sin tiempo a que yo pudiera decir nada, me pidió por favor una camiseta de mi gimnasio… nada pudo hacerme más feliz que darle el siguiente día, una de las camisetas que yo mismo me ponía para ver como le quedaba a la persona que insufló en mi, la primera imagen de un culturista de verdad.

Gracias Pedro, estoy seguro que no solo yo fui el único al que tus paseos inspiraron para tener un ejemplo a seguir…

Autor: José María García García

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