El Tronío de Ramón Puig; El desencanto

dEl Tronío de Ramón Puig; El desencanto

De nuevo una colaboración de lujo en fisicos21.com, Ramón Puig nos complementa otro de los artículos de nuestro colaborador Juan Marco y nos llama la atención sobre el problema actual del culturismo.


     

 

dEL DESENCANTO

Lamento confesar esto pero, a la vez, estoy feliz por sentirme conmovido con cada nueva aparición de un artículo de mi amigo Juan Marco, gran preparador y mejor persona. Lamento reaccionar cada vez que los lapidarios artículos de Juan pintan con brutal claridad la realidad del culturismo actual. En esta última reflexión Juan da en la diana y me inspira a escribir nuevamente.

Recurro por segunda vez al pasado para referir una anécdota que ya, en aquel momento, era sintomática del rumbo que tomaba nuestro deporte. El relato tiene lugar en Los Angeles una nebulosa mañana en la terraza del entonces hotel Argyle, desayunando y rememorando amigos de otra época. Bob recordaba un viaje por el desierto y yo intentaba ordenar con cierta dificultad cada detalle. De pronto él, -a quien hacía mucho tiempo no veía- interrumpió nuestras divagaciones con una rotunda afirmación:

-Este fue mi último campeonato profesional. No puedo más y no puedo ganar. Todo lo que haga es insuficiente y no estoy preparado para suicidarme ni quedar en la ruina y enfermo para siempre.

Su determinación me tomó por sorpresa. Conocía a otro Bob, al de diez años atrás, lleno de ilusión y con el mejor horizonte culturista de la época. Pero todo había ido desvaneciéndose y el escepticismo ganando terreno en su personalidad analítica e hipercrítica de entonces. Atrás había quedado su cuerpo simbolizando la estética del culturismo. Yates había llegado a la arena competitiva y el mundo del culturismo comenzaba esa ruta que nos trajo a la dura actualidad. Bob aseguraba que Lee Haney entrenaba igual o menos que él y que su genética era insuperable. Al menos imposible de vencer con las armas que él tenía. La suplementación comenzaba a ser sofisticada y después de muchos años de misterio, (en el que los aficionados consideraban la forma de Benfatto o DeMey como verdaderos horizontes del culturismo), la hipertrofia ganaba terreno sobre la estética. Sin embargo, las batallas profesionales en escena seguían siendo enormemente atractivas, los campeonatos más cortos y las rutinas con música una continua fuente de creatividad.

dEsta anécdota ilustra el comienzo de una prolongada decadencia del concepto estético ante la monumentalidad. Y ese progreso ha ido acompañado de una paulatina desatención del público ajeno y externo al microcosmos culturista. O sea, cada vez vivimos en un espacio más acotado por la terminología del exceso sin pensar que este alejamiento nos acabará transformando en criaturas pertenecientes a una minoría o ghetto cuya clasificación genera eternas dudas al pensamiento de la mayoría. El culturismo ha elegido la monumentalidad con todas sus consecuencias. ¿Es esto bueno, considerando que la elefantiasis comienza a ser un fenómeno patológico cuando el ojo la descubre por fuera de las dimensiones habituales? Pues quienes no comprenden este deporte alimentan sus prejuicios con la monumentalidad. Y que es ello sino la necesidad de ser vistos sin considerar, por una vez, el precio de la visibilidad?

Hablar de monumentalidad puede ser equívoco. El culturismo peca de exceso en la construcción y en la deconstrucción. Y para ello echa mano de dos elementos muy primarios: el ego y el exceso de celo. El planteamiento de una carrera culturista actual descarta –en la mayoría de los casos- la atención por la estética, concentrándose en dos extremos alarmantes: el volumen interminable y la definición cadavérica. O sea, imaginamos un deporte competitivo en el cual las metas pasan por el atiborramiento para crecer y el hambre extremo para competir. Los jueces han decidido que no importa nada más que llegar a la fibra, aunque ese camino implique un ensayo de muerte anticipada y anual de los competidores que deciden llegar cada vez más y más definidos. Asimismo es otra verdad no revelada que es mucho más fácil morir de hambre que morir comiendo. Sobre todo cuando el volumen no tiene fin pero el músculo y el bienestar vitales sí.

Por esa misma voluntad del exceso la suplementación natural y su industria vomitan cada año decenas de nuevos productos milagrosos que solo enriquecen a los fabricantes. Los atletas luchan por superar los límites. La química ha pasado a ser un asunto más que complicado y competir al límite es incurrir en el delito de tráfico o consumo. Por otro lado, lo que en épocas lejanas era un asunto privado y no demasiado trascendente, -caminar a la farmacia, comprar lo necesario y no volver hasta el mes siguiente- se ha transformado en una de las industrias más remunerativas de estos últimos diez años: el mercado negro de esteroides y sustancias asociadas al culturismo. Esta progresión ascendente impulsa la aparición de nuevos laboratorios en países remotos que la mayoría desconoce. Internet, con su perversa universalidad, dispersa la palabra sagrada de miles de inescrupulosos y de pronto tenemos la tormenta perfecta.

dTal como comenta Juan Marco, los alumnos se transforman en entrenadores reputados y los alumnos de éstos en verdaderas cisternas intoxicadas con las sustancias de peor calidad y de la más oscura procedencia. Perras genéticamente modificadas o bebés horrendos haciendo press en banca estimulan la locura colectiva que se expande por las redes y los foros igual que un virus. Los campeonatos comienzan a perder el nivel de antaño. Las filas de competidores de buena calidad menguan y en su lugar llegan las cohortes de competidores que cubren sus delgadísimas piernas con enormes bermudas que –como la gorguera del clamidosaurio- esconden una notable escualidez o simplemente las pocas ganas de entrenar piernas. El culturismo femenino ha muerto y la proclama más evidente es la entrada en escena de coristas y animadoras que compiten alzando las ancas como gatas rijosas. Los jueces, encantados. Y los cursos de jueces destinados a determinar quien levanta mejor las caderas o se gira hacia ellos/as con una sonrisa de complicidad –el que quiera entender que entienda- se llenan de entusiastas adherentes.

Los muertos aparecen y desaparecen, y quizás sea ese el breve destino de los muertos. La velocidad de la información nos ayuda a olvidar pronto que alguien que compartía nuestra pasión murió hace poco o mucho por compartirla demasiado en exceso. Nos asombramos, nos cuestionamos un par de horas hacia dónde va este deporte y al poco rato pasamos página. Excelentes competidores –a muchos he conocido de cerca- dejaron la vida en búsqueda de aquella definición en glúteos casi evanescente cuyo precio es lo poco que nos queda de salud a dos semanas de competir. Otros perecieron porque los ciento cincuenta kilos de peso con un quince por ciento de grasa no eran suficientes y su corazón no lo soportó. Ellos fueron excelentes atletas y entrenaban como pocas veces he visto pero, para la mayoría, murieron porque consumieron esteroides en exceso. Nadie recordara a este o aquel por su nivel de trabajo ni su dedicación. Solo esa noticia de la muerte a lo lejos y un estigma de drogadictos para el público que no comprende el sacrificio y la dedicación en nuestro deporte.

 

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